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DE PIEDRA Y LETRA: D. LEANDRO AVEZILLA

Isidro González

"La fe constituye el vínculo de comunicación entre el hombre que busca y la divinidad invisible"

 

Nos cuenta la historia que el templo del mundo cristiano encuentra su más clara expresión en los períodos romano y gótico. A partir del siglo X, la arquitectura religiosa sigue el tradicional sistema de planta basilical, con una o tres naves abovedadas, y se resuelve, generalmente, la cubierta del crucero, si la hay, con una cúpula.

Cuando a mediodía el sol cae sobre la iglesia y proyecta su sombra en la tierra, me siento a descansar y pienso. Estas piedras redondas, esta pared enjuta, esconden numerosos relatos. Y es que, de nuestros antepasados. aún nos quedan resquicios en la memoria, retazos de una historia que configura nuestro pueblo. Están las piedras ahí porque las puso alguien. Alguien cuya sombra deambula hoy por la calle de El Molino, o por La Cuesta; alguien a quien no vemos, pero contemplamos su obra: La iglesia de Santa María de Sopeña.

De los datos que conservo, se sabe que el primer antecedente conocido de nuestra iglesia está fechado en el año 980. Esta sufrió numerosos cambios y reformas a través de los siglos, permaneciendo, sin embargo, el primitivo estilo románico. Las obras que la llevaron a la actual configuración se realizaron, mayoritariamente, entre los años 1772 y 1817. Unos cuarenta y cinco años en los que un hombre, notable y singular, a quien los sopeñenses debemos recordar, dedicó todo su esfuerzo al pueblo y a su iglesia. Este hombre fue el párroco don Leandro de la Avecilla Ordás, natural de La Vecilla y descendiente directo de dos casas solariegas: "los González de la Avecilla, cuyo linaje fue iniciado por Don Gregorio González de la Avecilla, Señor de la Casa y Castillo de su nombre, a principios del siglo XV y continuado hasta el XVIII en trece generaciones" y "la Casa de los Ordás de Otero de Curueño, que fue fundada con anterioridad a 1420 por Mosén Pedro Aspre, casado con Doña Isabel Rodríguez de la Vecilla y Acevedo. Estirpe numerosa y combativa, recibió premio a sus victorias de manos de los reyes, y los escudos de armas de su casa solar son buena prueba de ello. En el siglo XVI, los Ordases de Otero quedaron sin descendencia masculina, y su heredera, Doña María de Ordas y Acevedo, casó con Don Fernando Álvarez Acevedo, produciéndose así el entronque de dos nobles linajes que llegaría a nuestros días".

Don Leando, ese hombre del que hoy queda en la memoria un semblante, y en la vista la altitud de la iglesia, era personaje sereno, figura respetable en la que parecía sobrevivir el linaje de ilustres antepasados. Apenas llegado a Sopeña, en 1773, y viendo el ruinoso estado de la iglesia, contrató a Manuel Ruisánchez, maestro de cantería y vecino del concejo de Arriondas, en Asturias, al que se pagaron trescientos ducados para llevar a cabo la obra "del cuerpo y espadaña de la iglesia". Pocos años más tarde, en 1779, a iniciativa de don Leandro de la Avecilla y con el beneplácito del Obispo de León, Cayetano Alonso Cuadrillero y Mota, "se empieza a levantar la capilla mayor, haciendo una media naranja, así como los dos altares colaterales, con bóvedas y luces correspondientes".

Estas obras duraron cuatro años, de 1779 a 1783. "Se construyó el presbiterio con esquinales labrados y escodados, el arco correspondiente al toral, remontándose los otros dos que forman el crucero, todo ello, con piedra de Boñar, una media naranja de catorce pies cuadrados. La media naranja con su cornisa, cuatro pilastras, dos bóvedas por arista y la bovedilla en ochavo en el presbiterio, así como la sacristía".

Del párroco fue la idea, pero Francisco Fernández, maestro de cantería y vecino de Astorga, llevó a cabo los trabajos, a cambio de 4.000 reales y "otros 500 que cobró por la mesa del altar. Todo ello en piedra de Boñar". Se dice "que se consumieron ochenta cargas de cal en el presbiterio por lo mucho que se profundizó el cimiento para encontrar tierra firme".

Con la ayuda del pueblo, este hombre realizó la obra. Todos tuvieron su parte: "182 reales por el vino a los feligreses que con entera voluntad piadosa hicieron el acarreo de la piedra de Boñar". >La rehabilitación alcanzó la cifra de 6.690 reales, rebasando la cuenta en cuatrocientos reales a favor del párroco, que hizo donación a la iglesia de esta y otras cantidades.

En el interior, por alejar de mi cuerpo el sol de la canícula, que quema y espanta, contemplo ahora los cuatro evangelistas en la cúpula del crucero, y me viene a la memoria lo costoso de estas pinceladas, y los ocho días que tardó un obrero en montar el andamio para que se pudieran realizar. Fue en 1779, y don Leandro contrató, entonces, a un vecino de Boñar, José Ordás, maestro dorador, para que los pintase.

Llegados a 1801, y siendo su mayor preocupación la gran cantidad de tierra y piedras que en tiempo de tormentas arrastraba el arroyo enterrando la parte posterior de la iglesia, se decidió comprar a Manuel González un trozo de terreno de la huerta de detrás de la iglesia en veinte reales. "Se cavó el ribazo, levantándose la pared de piedra, se emplearon 29 carros de piedra de Montuerto para su construcción, pagando a dos canteros durante treinta días 420 reales y seseta más de pan y vino a los mozos que, en dos días, transportaron más de cien carros de tierra y escombros". Dicen, si mal no recuerdo, que "se levantó la pared media vara, se "cuvijo" de cantería, rematándose con "pilastrones", y se limpió la cruz de piedra" (ahora en lo más alto del campanario).

Y así fueron transcurriendo los años, hasta hoy, que la vemos ahí, erigida en estandarte de nuestro pueblo; símbolo de Sopeña y de su escudo. Lejos ha quedado el día en que don Leandro fue destinado como titular de la iglesia de La Natividad de Sopeña. Rezos, obras y soledades del alma de un hombre que, con pocos medios y muchas ilusiones, hizo realidad el sueño que un día ya lejano del siglo XVIII tuviera, apenas llegado a nuestro pueblo.

El paso irrevocable del tiempo y la vida, que no se detiene en sus mudanzas, le llevaron la primera de 1817. Quizás aún la nieve cubría de blanco los tejados rojos, el verde del campo y los montes que rodean al pueblo; tal vez el cierzo de aguanieve bajaba de la montaña, oscureciendo el sol de la mañana y, antes de que las amapolas enrojecieran las tierras de la vega, fallecía don Leandro de la Avecilla Ordás.

Era el 5 de abril de 1817 cuando, en la Capilla Mayor de la iglesia, se enterraba a don Leandro. Doce sacerdotes, dicen, acudieron a su funeral. Hoy, además de su obra y de su recuerdo imborrable bajo la sombra terruna de la iglesia, tenemos constancia escrita de quiénes fueron sus herederos: Froilán de la Avecilla Ordás, capellán titular de la Santísima Trinidad de Otero de Curueño; Tomás de la Avecilla, vecino de La Vecilla, y Teresa Álvarez Avecedo, vecina de Otero. Don Leandro hizo, además, donaciones a la iglesia para misas y obras pías, y nombró testamentarios al abad de Pardesivil; a Francisco Álvarez Acevedo, vecino de Otero, y a Bernardo Escobar, vecino de León.

Ahora, es el tiempo el que nos mira y nos recuerda que aquel hombre esculpió su vida en piedra, piedra amontonada con el sudor de los hombres de Sopeña. Ahora es la iglesia la primera que vemos, en la lejanía, con su cruz, su campanario... y escuchamos el redoble como un eco, que se pierde, con el alma de don Leandro, en las esquinas dormidas del valle del Curueño.